Con una emotiva celebración eucarística, la Arquidiócesis de Bucaramanga conmemoró el Domingo del Buen Pastor, fecha que coincidió este año con tres acontecimientos significativos: la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, la apertura de la Semana Vocacional, y el cumpleaños de Monseñor Ismael Rueda Sierra, arzobispo de la ciudad.
Durante la homilía, Monseñor Rueda Sierra expresó su gratitud por la vida, por el ministerio recibido y por el acompañamiento constante de la comunidad arquidiocesana. En nombre de los presbíteros, diáconos y fieles, se elevaron oraciones por su salud, sabiduría y perseverancia en el servicio pastoral.
El arzobispo centró su reflexión en el capítulo 10 del Evangelio de San Juan, donde Jesús se presenta como el Buen Pastor. Subrayó tres actitudes fundamentales para todo cristiano: reconocer la voz del Pastor, dejarnos conocer y amar por Él, y seguirlo con decisión. “Jesús nos conoce con amor misericordioso, compasivo y tierno. Nos ha dado el mayor regalo: la vida eterna, y nadie puede arrebatarnos de su mano si lo seguimos con fe”, afirmó.
Además, el prelado recordó que la vocación no es un privilegio para unos pocos, sino una llamada universal. “Todos hemos sido llamados por amor. Dios nos creó únicos y originales, como decía el joven beato Carlo Acutis, y nos confía una misión concreta: como sacerdotes, religiosos, laicos o matrimonios”, expresó.
En ese espíritu, se dio inicio a la Semana Vocacional, una oportunidad para promover en las parroquias, comunidades y familias una cultura del discernimiento, del llamado, y del compromiso con la misión de la Iglesia.
La jornada fue aún más especial al coincidir con el Día de la Madre, ocasión en la que se elevó una oración por todas las madres, vivas y difuntas, reconociendo su entrega, ternura y fidelidad como reflejo del amor de Dios.
Concluyó la celebración con un mensaje claro: el Buen Pastor sigue llamando hoy, y su voz resuena en quienes están dispuestos a escucharla y seguirlo. El testimonio del arzobispo, su entrega y su vida son ejemplo de que responder al llamado de Dios es fuente de alegría y plenitud.