En una fecha profundamente significativa para la Iglesia colombiana, la Catedral Metropolitana de la Sagrada Familia fue escenario de la solemne celebración de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, presidida por Monseñor Ismael Rueda Sierra, Arzobispo de Bucaramanga. En el marco de esta liturgia, también se vivió la Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes y se renovó la histórica consagración de Colombia al Sagrado Corazón de Jesús.
La celebración, realizada al mediodía y acompañada por numerosos fieles, fue un acto de fe, memoria y compromiso. “Estamos unidos hoy porque es el deseo de la Iglesia Universal orar por todos los sacerdotes”, expresó Monseñor Rueda al iniciar su homilía, reconociendo la necesidad urgente de sostener con la oración el camino vocacional de los ministros de Dios.
El corazón de Cristo, símbolo de amor eterno
Durante su predicación, el arzobispo destacó que esta solemnidad no es solo una fecha litúrgica, sino una oportunidad para adentrarse en el misterio del amor de Cristo manifestado en su corazón. Un corazón que, según recordó, es signo profundo de lo que somos como personas: sede de pensamientos, sentimientos, decisiones, relaciones y expectativas. En la Biblia, el corazón no es solo un órgano, sino símbolo de la personalidad completa del ser humano.
Monseñor Rueda afirmó que en Jesús se une el corazón divino con el corazón humano, pues siendo verdadero Dios y verdadero hombre, su amor se expresa con gestos, miradas y palabras llenas de misericordia, cercanía y ternura. “Jesús miró con amor al joven rico, a Pedro, a la samaritana… y con sus palabras nos llama: ‘Vengan a mí los que están cansados y agobiados, que yo los aliviaré’”, recordó.
Una consagración que marcó la historia del país
El momento culminante fue la renovación de la consagración de Colombia al Sagrado Corazón, un acto con raíces profundas en la historia nacional. El Arzobispo evocó cómo, tras la dolorosa Guerra de los Mil Días, el entonces Arzobispo de Bogotá, Bernardo Herrera Restrepo, propuso al presidente José Manuel Marroquín consagrar el país al Corazón de Jesús, gesto que precedió la firma del Tratado de Wisconsin en 1902, con el que finalizó el conflicto.
“Hacemos alusión a esto porque la historia a veces se repite”, dijo monseñor. “Hoy vivimos también tiempos de desencuentro, violencia, polarización. Por eso renovar esta consagración es renovar nuestra alianza con Dios, que es siempre fiel. El que ha fallado es el pueblo, pero Dios no renuncia nunca a amarnos”.
Un llamado a construir la paz desde el amor
En ese contexto, Monseñor Rueda insistió en que la consagración no puede quedarse en lo simbólico o devocional, sino que debe traducirse en acciones concretas de fraternidad, reconciliación y construcción de la paz. “Se nos ha olvidado que debemos cuidarnos unos a otros, ayudarnos, perdonarnos. Debemos construir cada metro cuadrado de paz desde nuestras relaciones cotidianas como pueblo de Dios”.
La homilía se entrelazó con la enseñanza del Papa Francisco, especialmente con su reciente encíclica Dilexi, dedicada al Sagrado Corazón. “El Santo Padre nos recuerda que el corazón de Jesús es la hoja de ruta del camino sinodal: caminar juntos como pueblo de Dios, en amor, unidad y ayuda mutua”, explicó el arzobispo.
La encíclica, dijo, es una invitación a contemplar los sentimientos de Cristo, su forma de amar, su entrega en la cruz, su cercanía a los sufrientes. También recordó la escena de la lanza atravesando el costado de Jesús, de donde brotaron sangre y agua, símbolos de los sacramentos de la Eucaristía y el Bautismo, fuentes de vida y consagración.
Peregrinos de esperanza
Finalmente, Monseñor Rueda retomó el lema del Jubileo 2025: “Peregrinos de esperanza”, para señalar que renovar la consagración es también renovar la gracia del Bautismo y volver al camino de Cristo con esperanza. “Queremos decirle al Señor: no perdemos la esperanza, a pesar de las dificultades. Queremos ser peregrinos de esperanza y corazones semejantes al suyo”.
La Eucaristía concluyó con una fervorosa oración de consagración, en la que la comunidad pidió perdón por las infidelidades, renovó su confianza en el amor providente de Dios y se comprometió a ser testigo de ese amor en la vida diaria.
En medio de los desafíos que enfrenta Colombia, este gesto de fe fue una afirmación colectiva: el Corazón de Jesús sigue latiendo en medio de su pueblo, como fuente de amor, paz y esperanza para todos.