Apropósito de la sentencia T-970 del 2014 y de la resolución No. 971 del 2021, expedida por el Ministerio de Salud, donde se legitima el derecho a morir con dignidad a través de la eutanasia, monseñor Francisco Antonio Ceballos Escobar, presidente de la Comisión Episcopal de Promoción y Defensa de la Vida, ha dicho que una acción u omisión con la intensión de provocar la muerte para suprimir el dolor, se constituye en un homicidio.
Afirmó que el catecismo de la Iglesia Católica así lo recuerda: “Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible. Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa es moralmente inaceptable, por tanto una acción u omisión que, de suyo o en intención provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto divino de su creador”.
El también obispo de Riohacha recordó que para la moral cristiana la vida es sagrada y por tanto debe ser tutelada desde el momento de la concepción hasta su muerte natural. “No matarnos dice el quinto mandamiento de la ley de Dios, también el catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial”.
Los cuidados paliativos constituyen la caridad desinteresada
Al respecto de este tema, el jerarca aseguró que aunque la muerte de una persona se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos, por tanto “los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada”.
Así mismo, observó que antes de pensar en la eutanasia se debiera alentar en el mundo de la medicina y la jurisprudencia a los cuidados paliativos en las personas enfermas, esto agregó “sí es ayudar a morir con dignidad”.
Finalmente, dijo que la medicina paliativa se propone humanizar el proceso de la muerte y acompañar hasta el final. “Es que no hay enfermos incuidables, aunque sean incurables”.
Fuente: Conferencia Episcopal de Colombia