Pbro. Edwin Armando Serrano Espinosa, Delegado para la Pastoral Litúrgica
Hace poco un grupo de sacerdotes nos encontramos para vivir una especie de convivencia formativa-espiritual, en ella tuvimos la celebración de la Eucaristía presidida por el señor Arzobispo de Bucaramanga, quien en una parte de la homilía nos resaltó la importancia de preparar, en un amplio sentido, la celebración comunitaria del Misterio de la fe, la liturgia, pero muy especialmente la santa Misa; sus palabras (en esa parte de la homilía) se inspiraron en dos momentos que reportan los evangelios, a saber, el encargo de Jesús a sus discípulos para que prepararan la cena Pascual, que compartiría con ellos en el ámbito de la institución de la Eucaristía (cf. Mc 14,15; Lc 22,12; Ecclesia de Eucharistia, nn. 47-49) y el anuncio de Jesús sobre la traición de Judas, una herida en la comunión del Señor con sus Apóstoles (cf Mt 26,20-25; Mc 14,17-21; Lc 22,21-23; Jn 13,21-30).
Aquella reflexión, si hubiera sido grabada, se hubiera podido re-proponer casi íntegra (casi porque es cierto que estaba dirigida específicamente a los presbíteros) para motivar a la buena disposición que exige de nosotros la vivencia de la Pascua –hacia la cual nos aproximamos por el camino de la Cuaresma– y para resaltar una de las dimensiones “sinodales” de la liturgia, la comunión. Como es cierto que la memoria no conserva la exactitud de los detalles, sería atrevido decir que transmitiré en adelante lo que nos fue dicho en aquella ocasión, en cambio se pueden recordar algunas líneas principales que uno acompaña con las impresiones propias y que puede ser de provecho compartir aquí.
- Comunión con la forma ritual de la liturgia, de la Eucaristía
La preparación más próxima de la Pascua tiene que ver con el poner a punto las celebraciones sagradas, lo cual exige respeto a la norma litúrgica, pero hay que ser cuidadosos porque algunos pueden malinterpretar la palabra “norma” según sus condicionamientos, ella significa mucho más que una regla cualquiera, en cambio comporta la fidelidad a lo que celebra la Iglesia y al “cómo”, “cuándo” y “dónde” lo celebra, porque todo ello está prescrito para glorificar a Dios, de modo que también a nosotros sirva de salvación, es decir también está para nuestro provecho. Y como este culto público tiene como centro el santísimo Sacramento de la Eucaristía, en el cual «se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia» (Santo Tomas de Aquino), en el que Cristo se entrega y permanece con nosotros por amor hasta el fin, vale la pena que invirtamos fuerzas y recursos en él, porque la obra de la redención que Cristo realizó en su Pascua en la Iglesia se realiza por la liturgia (cf. Sacrosanctum Concilium [SC], 5-6).
Llevar a cabo con amor y precisión las celebraciones (según la rúbrica: textos sagrados, cantos, materia requerida, ornamentos, etc.) con una buena disposición de corazón, es recibir a Jesucristo que está presente para su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica (SC 7). Esto último nos recuerda que también la preparación próxima de las festividades pascuales implica un empeño personal, pues para obtener su mayor efecto benéfico «es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano» (SC 11). O sea, es requerido que nos acerquemos al Misterio de Dios, al Misterio de fe, activa, consciente y fructuosamente, no como «extraños y mudos espectadores» (SC 48).
De esta manera, aunque colaboremos estrechamente en nuestras comunidades para la buena preparación de la Pascua, y más ampliamente para la buena vivencia de la vida celebrativa en general, todo lo cual tiende a la Comunión sacramental, nos podemos preguntar (todos: ministros ordenados, pueblo fiel y religiosos) por nuestra conexión íntima y efectiva (comunión) con lo que es llevado a cabo en los ritos: «¿Qué se requiere para recibir la sagrada Comunión? Para recibir la sagrada Comunión se debe estar plenamente incorporado a la Iglesia Católica y hallarse en gracia de Dios, es decir sin conciencia de pecado mortal. Quien es consciente de haber cometido un pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar. Son también importantes el espíritu de recogimiento y de oración, la observancia del ayuno prescrito por la Iglesia y la actitud corporal (gestos, vestimenta), en señal de respeto a Cristo» (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 291). ¡He aquí, se trata del respeto a la dignidad de Cristo y de su Iglesia!